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A veces me pregunto
-no sin melancolía-
si en la callada voz de tu rutina
cuando unos días se parecen a otros días,
tú alegre reirás recordando los besos,
aquellos besos largos que tu boca traían,
la tarde toda tibia bajo tu suéter gris
y el tímido temblor de tus pechos de nácar.
Ahora que el tiempo tiene memoria,
la terrible memoria de las cosas que han sido
y sólo son ya eco de una voz interior
tropezando a deshoras
en las frías paredes de una casa vacía,
me pregunto por la tarde y los besos.

Esa casa vacía que se parece a mí
y cada anochecer vienen a ella
-como vino esta noche
la dulce desazón de aquel momento-,
demonios familiares
y voces que murmuran en silencio
un recuerdo lejano de caricias y esperas.

La respuesta terrible
dice que no serás la misma
-pálida rosa que me abría su ser-,
ni yo tampoco el mismo
dentro de estas estancias donde habito
como una casa sola dispuesta a envejecer.

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